Saturday, September 04, 2010

El Tercer Hombre


Una obra maestra del cine británico que en 1999 fue elegida por los espectadores ingleses como la mejor película realizada en Inglaterra en toda su historia.

Ya que Hollywood derrapa por falta de talento y tiene que recurrir con excesiva frecuencia a los efectos especiales volvamos la vista hacia algunos clásicos imperecederos como El Tercer Hombre (1949).

La dirección es de Carol Reed, pero el sello personal de Orson Welles se aprecia en cada plano y contra plano, en los picados, en los ángulos imposibles y en las sombras, uno de los grandes signos de distinción de Welles. Sin embargo, nada te distrae de la trama urdida por el gran guión de Graham Green.

La Viena de los primeros años de la posguerra en la que las cuatro potencias ganadoras intentan quedarse con la mejor parte del pastel es el lugar ideal para negocios sucios y crímenes que no dejan huella. La puesta en escena es magnífica, con calles mojadas por la lluvia, gente asustada sin fiarse de nadie donde se vende todo aquello que se pueda comprar, sin reparar si se hace daño a terceras personas. La atmósfera que se respira es de miedo y la persecución por las cloacas se ha imitado docenas de veces, pero yo me quedo con una de las escenas en la noria del Prater Vienes, cuando el malvado Harry Lime (Welles), responsable de la muerte de muchas personas por vender penicilina adulterada, intenta justificar lo injustificable con la frase: "en Italia, en 30 años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras, matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz ¿Cual fue el resultado? ¡El reloj de cuco!”

Puro expresionismo y autentico Cine Negro. Orson Welles, Trevor Howard, Joseph Cotten y la bellísima Alida Valli logran una interpretación magistral en la que seria difícil hacer diferencias. La cítara de Antón Karas presta unas notas que se han convertido en referente a la hora de hablar de música de cine y la fotografía de Robert Krasker ganó el Oscar.

La escena final está considerada como la mejor de la historia del cine. Consiste en un plano secuencia de dos minutos -demasiado para la impaciencia de los espectadores actuales- en la que el espectador puede dejar volar la imaginación y sacar sus propias conclusiones; una de ellas podría ser que en la vida, a veces, no podemos escoger, ni amores, ni amigos, ni aventuras...

Ta-tará-tatá-tatá, ta-tará-tatá-tatá

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