En los últimos años nos están obligando a aprender economía a marchas forzadas, yo sigo sin saber del tema pero hay algunas cosas que tengo muy claras por puro sentido común, por ejemplo ¿No se dan cuenta (o no quieren) de que a menos déficit también menos gasto y por lo tanto, menos empleo, menos consumo... y en fin, que la rueda en este sistema es ésa: dinero=consumo=empleo que no tienen nada que ver con las medidas que están aplicando y con las que van seguir haciendo hasta que no puedan exprimirnos más? A la Sra. Merkel no le parece bastante y propone otra vuelta de tuerca. Ayer, el ex canciller Helmut Schmidt lo dijo en el congreso del partido socialdemócrata (SPD): "el discurso en clave nacionalista "del matón alemán" está rompiendo Europa"
RAFAEL POCH, corresponsal de La Vanguardia en Berlin lo explica con mucha lucidez:
Mientras el euro cruje y entre profecías de un segundo hundimiento peor que el de 2008, Alemania repite estos días sin cesar su rechazo al eurobono. Tras una serie de supuestos planes ocultos y desmentidos de Berlín, la situación recuerda a la del año pasado con Grecia, cuando no había nada más allá del “no”. Fortalecer la disciplina en Europa basta y sobra para calmar a los mercados, dicen ahora los principales políticos y responsables económicos alemanes; desde la señora Merkel hasta su ministro de finanzas Wolfgang Schäuble, pasando por el economista jefe del Banco Central Europeo, Jürgen Stark y el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann. Todos ellos decían hace un año que Atenas se saldría por si sola y que no era necesario paquete de salvamento alguno. Esa es la “posición de Berlín”. Si entonces, no hay “plan B” ¿Cómo se explica este empecinamiento que mantiene en vilo a Europa, y con ella a la economía global, desde Nueva York a Shanghai?
Todo parte de la versión nacional-populista de la crisis que el establishment alemán ofrece a la nación, y que ahora se propone a todo el continente. Esa versión afirma que Europa sufre una crisis fiscal motivada por la conducta gastadora e indolente de toda una serie de países que han parasitado con el euro. Para entender la lógica de esta leyenda, hay que remitirse a los últimos veinte años.
Veinte años os contemplan
Con la reunificación de 1990, Alemania cambió. Dejó de tener que demostrar nada a un enemigo –el bloque socialista– ya desaparecido. Vio ampliado su mercado y patio trasero histórico europeo, y comenzó a liberarse de las hipotecas que la derrota de 1945 impuso a su soberanía. Libre y más fuerte, sí, pero también con problemas. Entre ellos, un lastre, el costo de la anexión de la RDA superior al billón de euros, y un desafío, el ingreso en la economía global de China, la ex-Urss y la Europa del Este, con mano de obra barata, complicando los costes de su exportación. La solución fue el desmonte parcial del “modelo social” alemán mediante un gran ajuste neoliberal para apuntalar una estrategia nacional exportadora y de enriquecimiento empresarial que rebajara costes de producción.
En una sociedad que se caracterizaba por la relativa decencia de sus relaciones laborales –por lo menos comparada con la del Mediterráneo–, la solidaridad de su estado social y una nivelación de rentas por encima de la media europea, comenzaron la desigualdad, el recorte del estado social y la precariedad laboral. Desde 1990 hasta hoy, los impuestos a los más ricos bajaron un 10% mientras la imposición fiscal a la clase media subía un 13%, los salarios reales se redujeron un 0,9% y los ingresos por beneficio y patrimonio aumentaron un 36%. En este contexto de degradación social general, el desempleo se redujo y las exportaciones se dispararon: si en 1990 aportaban el 25% del PIB alemán, en 2008 representaban el 47% (en China, menos del 30%), la mayor proporción del mundo. Con estos sacrificios, Alemania “salía de la crisis”, sobre todo sus empresas: desde la introducción del euro, la exportación alemana ingresó más de 800.000 millones ¿Qué hacer con todo ese dinero? Naturalmente, invertirlo.
Invirtiendo en la estafa global
Los bancos alemanes no crearon la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos o de España, ni otras estafas meridionales, pero las alimentaron. Como ha explicado José Manuel Naredo, su principal analista y cronista, la burbuja española nació en el franquismo y aumentó con la democracia, pero el exceso de capital alemán no hizo más que alimentarla y multiplicarla con créditos sin control, como ocurrió con las enfermedades de otros países europeos que compartían moneda. La culpa no es alemana ni española (aunque, desde luego, es mucho más española que alemana), sino de un sistema internacional que perjudica a la inmensa mayoría de la ciudadanía europea, que sin embargo es la que debe pagar ahora con nuevos recortes. Europa tiene una descomunal crisis bancaria en la que los bancos más fuertes –alemanes y franceses – están expuestos en las deudas de todos.
En el caso alemán explicar esto supone reconocer que el sacrificio de los últimos veinte años, coronado por un irritante rescate a los bancos en 2008, no solo perjudicó a la mayoría de los alemanes sino que, además, contribuyó a precipitar la crisis europea al incrementar los desequilibrios en el interior de la zona euro. Admitirlo significa invalidar veinte años de política económica que se ha vendido como “exitosa”, lo que se volvería en contra de todo el establishment alemán, incluida la oposición de socialdemócratas y verdes que cuando estaba en el gobierno ejecutaron el ajuste neoliberal de 2003 con la llamada “Agenda 2010”. Reconocer el error sería “razonable” y algo se mueve en ese sentido en el Partido Verde, pero apenas nada en el SPD, reconoce Gustav Horn, director del instituto IMK y consejero económico del líder del SPD, Sigmar Gabriel. La situación de Merkel es aun más complicada.
En medios de la industria y la élite alemana, así como en su coalición –tanto los liberales como en la CDU y la CSU – hay un fuerte consenso contra los eurobonos y alrededor del discurso de una Alemania virtuosa y pagadera perjudicada por los errores de otros. La canciller no se atreve, ni seguramente quiere, enfrentarse a eso, porque ella misma participa de esa mentalidad. Su “Alemania va bien” recuerda al “España va bien de Aznar”, que Zapatero no se atrevió a cuestionar: dar marcha atrás exige valor, admitir responsabilidades y emprender un giro político, algo muy complicado. Por todo ello triunfa la leyenda nacional-populista, que niega la interrelación de la eurocrisis y atribuye sus causas a los defectos de unos indolentes meridionales, a quienes hay que imponer la virtud nacional alemana en forma de austeridad y recortes. Si se impone la austeridad los mercados se calmarán, se dice. Pero los mercados están nerviosos por otra cosa: porque constatan la inseguridad de una Europa cuyos países en crisis están cada vez más asfixiados en su economía real por esa austeridad, y también por la ausencia de una red de seguridad colectiva: los eurobonos.
Abriendo la caja de Pándora
El discurso nacional-populista de Merkel funcionó bastante bien hasta que en septiembre la canciller conoció las previsiones económicas para el año que viene, que sugieren que Alemania podría entrar en recesión, como consecuencia del enfriamiento global y de la recesión europea, agravada por la política unilateral de austeridad. Merkel comprendió que, como dice el periodista Thomas Wolf, mientras no se descubran nuevos mercados para las exportaciones alemanas en el planeta Marte, la recesión de sus clientes europeos se acabará volviendo contra la economía alemana. Fue entonces cuando ideó su plan de reforma europeo con un nuevo pacto de estabilidad para la zona euro que institucionalice y amarre la austeridad y la disciplina para imponerla. Desgraciadamente la receta no solo no ataja el problema, sino que lo agrava, pues reduce la necesaria reforma institucional europea a un único vector disciplinario, con aspecto de “castigo para malos”. Y eso instala al nacional-populismo en un nivel aun superior.
“¿Donde queda la Europa democrática y diversa en la que todos somos iguales ante la ley, cuando, bajo liderazgo alemán, las medidas de austeridad ideadas en Berlín se imponen en los países del sur de la eurozona como una necesidad inherente y sin alternativa y son aplicadas por los llamados gobiernos de expertos?”, dice el periodista Holger Schmale. Europa comienza a temer la superioridad alemana y los alemanes no ven nada malo en ello, constata Schmale. Los políticos alemanes incluso lo celebran con una ingenuidad asombrosa que denota un extraordinario desconocimiento del frágil tejido nacional europeo, al jactarse entre aplausos de sus correligionarios, como hizo el jefe del grupo parlamentario de la CDU, Volker Kauder, diciendo que, “en Europa se habla alemán”.
Alemania ha abierto la peligrosa caja de Pándora nacionalista. Antes era en aras de la gobernanza alemana, ahora en el contexto de la reforma de Europa. La simple realidad es que no hay visión estratégica ni comprensión de la situación, pero el malestar se extiende. Si el año pasado sólo en Alemania se maldecía a los manirrotos del Sur y el establishment español aun consideraba a Merkel ejemplo de buen gobierno, este año han cambiado las cosas. En todo el Mediterráneo se comienza a maldecir a la canciller y a Alemania. La peligrosa espiral nacionalista ya ha hecho su aparición. Para una crisis cuyo culpable es un sistema financiero transnacional, este es un óptimo escenario para dividir y desviar la atención. Para Europa, por el contrario, es una clara receta de desintegración.
Mal ambiente para un debate racional
“La desintegración puede ocurrir si traspasamos el punto más allá del cual ya se pierde de vista el debate racional, lo que ya está pasando en Alemania”, dice Ulrike Guerot, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Ese momento en el que el discurso populista cruza el punto de no retorno, condena a Europa a un debate con aspecto de guerra religiosa, parecido al que mantiene el Tea Party con los demócratas en Estados Unidos, o el de partidarios y adversarios del aborto en España, explica Guerot. “En esas discusiones, nadie convence a nadie y cada campo expone sus argumentos únicamente para que sus seguidores se reconozcan en ellos”. Si el empecinamiento alemán con los eurobonos concluye en una quiebra, esa espiral aún podría empeorar, pues raramente una crisis social mejora el clima para un debate racional en clave de solidaridad y de recetas colectivas. Más bien lo complica.
Ni siquiera Guerot –una de las pocas que habla en Berlín del riesgo de desintegración europea– puede evitar repetir los tópicos más groseros de esta crisis, la afirmación de que “Alemania ya hizo los deberes y ahora deben hacerlos los otros”, de que “no podemos seguir alimentando a los griegos” o el “trauma de Weimar” para explicar la alergia alemana a la inflación. Hace un cuarto de siglo que murió la gente con algún recuerdo maduro de los años veinte. La verdadera lección de historia alemana de todo aquello para la Europa de hoy, es mucho más Versalles que la inflación: el humillante diktat de unas naciones sobre otras. Sin embargo el grotesco argumento de la inflación de Weimar se repite una y otra vez para justificar la irracionalidad del gobierno alemán.
El empecinamiento con los eurobonos no sólo es económicamente irracional, sino también profundamente contradictorio. El Banco Central Europeo ya ha emitido, y con creces, lo que podría llamarse “el eurobono privado”. Desde que estalló la crisis, el Deutsche Bank, Commerzbank y otros bancos privados alemanes han transferido al Banco Central Europeo cuatro veces más deuda privada –sus valores basura, recibiendo a cambio créditos a bajo interés– que el volumen de la deuda pública comprada “in extremis” con tanto escándalo por el mismo BCE.
“Ni Merkel ni el Bundesbank han criticado nunca esta creación privada de dinero, pero cuando los Estados quieren tener el mismo derecho, los critican como si fuera algo endemoniado”, dice Dierk Hierschel, economista jefe del sindicato alemán Verdi. El argumento es el peligro de inflación, pero los bancos centrales de Estados Unidos, Inglaterra y Japón llevan años comprando ingentes cantidades de deuda pública sin que haya ocurrido nada con la inflación.
Respecto a los “deberes”, nadie se pregunta lo más importante: ¿Quien es el maestro que los impone y con qué propósito e intereses? ¿Por qué hay que conformarse con el papel del alumno obediente? ¿Quién ha declarado menores de edad a la ciudadanía de países enteros?