Siempre me gustó mirar desde el lado de los perdedores, tienen más sustancia. Hace cien años que el hombre conquistó el Polo Sur. Dos expediciones comandadas por el noruego Amundsen y el inglés Scott llegaron a los confines de la Antártida casi al mismo tiempo, ese casi marca la diferencia entre la gloria que consiguió el primero y el cariño y el reconocimiento del segundo.
En los albores del siglo XX antes de la Gran Guerra (1914-1919) el hombre vivió una etapa llena de ilusiones no exenta de romanticismo. Europa llevaba mucho tiempo sin que sus ciudadanos se matasen unos a otros y las hazañas científicas y deportivas eran una constante en sus vidas; faltaba poco para el inicio de la carnicería que sufrieron en la I Guerra Mundial, una guerra que cambió todo para quienes con anterioridad no eran concientes de lo efímero de sus vidas. Pero en 1911, la aventura, la épica, la epopeya marcan el norte, en este caso el sur, de estos dos hombres y de cuantos los acompañaron... Hoy resulta impensable acometer una empresa de esas características del modo en que lo hicieron ellos. Más de treinta expediciones, entre ellas tres españolas, han emprendido la marcha de 3.700 Km. para conmemorar la gesta. Sin duda será durísimo y habrán de soportar temperaturas por debajo de 45 grados bajo cero, pero lo hacen muy bien pertrechados, gracias a los avances de la ciencia y la tecnología tan diferentes a los de hace 100 años.
Este tipo de aventuras son la forma más radical y más solitaria de pasarlo mal que se ha concebido, sobre todo, cuando te quedas en segundo plano como le pasó a Scott cuyo sacrificio no sirvió de mucho cuando vio que Amundsen ya había estado allí. El 18 de enero de 1912 Scott llega al Polo Sur y descubre la terrible verdad, la bandera noruega está clavada donde el pensaba instalar la "Union Jack" y no es ningún espejismo; en el intervalo de un mes dos hombres habían llegado donde nadie lo había hecho antes...pero el primero fue Amundsen.
En el camino de vuelta, sin que les sirviera la brújula y con los señuelos que habían ido dejando borrados por el invierno más duro que se recuerda, perecieron los cinco; se volvían ciegos y locos, se les gangrenaban los pies y se les caía la cara a jirones. El 29 de marzo saben que ningún milagro puede salvarlos. Su agonía y muerte debió de ser terrible pero Scott tuvo tiempo para escribir cartas de despedida a las madres y esposas de sus compañeros y también a la suya y a su hijo. No dejó de escribir hasta que sus dedos se congelaron... No había llanto ni sensiblería en sus palabras, solo asunción de la tragedia. Los descubrieron seis meses más tarde abrazados entre ellos.
El resto ya es historia.
Hola sólo un comentario, te has equivocado en el año, es 1912 y has puesto 1911.
ReplyDeleteUn saludo