El Alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca, es una de las obras más conocidas y representadas del Siglo de Oro de la literatura española. Cuenta la historia de Don Álvaro de Ataide, un noble alojado en la casa del labrador rico de la localidad, Pedro Crespo, a cuya hermosa hija Isabel roba y ultraja. Frente a los caprichos de un capitán y el abuso de poder surge la dignidad de un hombre que se convierte en la voz del pueblo para sentenciar al capitán a la pena de muerte. El conflicto toma tal cariz que es el mismo rey Felipe II quien de paso hacia Portugal decide impartir justicia absolviendo a Pedro Crespo y nombrándole Alcalde a perpetuidad.
Calderón de la Barca escribió El Alcalde de Zalamea basándose en hechos reales, reflejando las disputas entre el pueblo llano y la nobleza y criticando a la soldadesca que gozaba de ciertos privilegios. Gracias a nuestros clásicos del Siglo de Oro sabemos muchas cosas sobre como vivían, sentían, y amaban nuestros antepasados y la importancia que daban al honor; entenderlos en su contexto requiere un ejercicio de abstracción para atravesar el túnel del tiempo y plantarnos en el siglo XVII cuando Calderón escribió la obra, pero merece la pena.
El honor tal como se entendía en el Siglo de Oro no tiene cabida hoy en día. Por fortuna, gracias al proceso de evolución en los derechos de la mujer parece impensable que un padre humillado y dolido por el rapto y violación de su hija tenga el más mínimo interés en desposarla con el mismo hombre que la mancilló, tampoco lo tendría ella. Sin embargo, la hipocresía y los convencionalismos sociales, junto a las ofensas al honor mal entendidas, han permitido que estas situaciones se hayan dado hasta mediados del siglo XX.
La Compañía Nacional de Teatro Clásico, que sigue en el Teatro Pavón de manera provisional y dirige Eduardo Vasco, representa la obra. Salvo la escenografía un tanto parca y la música que a veces no deja escuchar el texto, está muy bien dirigida e interpretada. Destacan la gran presencia de Joaquín Notario y su poderosa voz, José Luis Santos en un Don Lope de Figueroa muy creíble y Pepa Pedroche, magnifica como siempre.
Recuerda que el teatro es un reflejo de la mentira de nuestras vidas, por eso es tan auténtico.
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