Ver sonreír a Ester Williams debajo del agua es uno de los grandes recuerdos de mi infancia. Como sé que se ha ido nadando antes que nosotros, le deseo que Dios la tenga en su piscina.
Decir que no se debe generalizar es un tópico, que,
como tantos otros carece de consistencia. Si digo que la mayoría de los chinos
tienen los ojos rasgados y basan su alimentación en el arroz, estoy
generalizando, pero, ¿acaso estoy mintiendo? Esto, que no requiere explicación
por que todo el mundo lo sabe me sirve como introducción para desarrollar mi
descabellada idea sobre la natación; si no tienes nada mejor que hacer sígueme.
Estoy convencido de que hasta las primeras décadas del siglo XX la gente no sabía nadar. Cuanto digo puede parecer una perogrullada sobre todo porque hasta ahora nadie se había "mojado" para defender esta idea. Ya sé que vamos hacía el verano, el calor afecta a las neuronas y la edad no perdona, pero… ahora en serio, repasemos un poco la historia.
Los libros de aventuras sobre los rudos hombres de la mar, nos hablan profusamente sobre la intrepidez de unos hombres que sabían cuando embarcaban pero carecían de la más mínima certeza sobre su regreso. Pero lo que no nos cuenta ninguno de los escritores -Salgari, Defoe, Conrad, Melville etc.- es que los editores les hacían ocultar la verdad: que estos hombres no sabían nadar.
En Barcelona, anclada en el puerto, se podía –¿Seguirá allí?- visitar una réplica, no sé muy bien si de la nao Santa María o de una de las carabelas de Colón. Convendréis conmigo en que eran auténticos cascarones de nuez. Pues bien, en ese primer viaje y en otros muchos que realizó el almirante, perdió docenas de hombres y no solo por las batallas contra los aborígenes, que, hasta que no empezamos a expoliarlos era absolutamente amigables, sino por los accidentes de navegación que provocaba el famoso grito de ¡hombre al agua! y que en la mayoría de los casos significaba hombre ahogado. ¿Cómo es posible que no se salvaran lanzando un cabo desde un cascarón de nuez? No daba tiempo, se ahogaban.
En el siglo XIX, durante la conquista del oeste americano, murieron más colonos ahogados en las caravanas al cruzar los ríos que a tiros entre ellos o por las batallas libradas contra los indios. Una vez más, el cine nos engaña, pero la estadística y la historia lo dejan muy claro. Solo que el contarlo no tiene mucho valor, son muertes carentes de épica; se diluye la epopeya.
El rey Alfonso XII y posteriormente su hijo Alfonso XIII tenían por costumbre pasar sus vacaciones estivales en Santander. A principios del pasado siglo, los baños de ola en la playa del Sardinero popularizada por los reyes, adquirieron tal notoriedad, que hoy no es difícil encontrar en la capital de Cantabria y en alguno de sus pueblos, documentos gráficos que lo acrediten. Pues bien, la gente que tomaba los baños de ola tan beneficiosos para la salud y la reúma según relatos de la época ¡se ataba con una soga! ¿Por qué? es muy fácil, en agosto, en Santander, te puede arrastra alguna santanderina pero las olas desde luego que no; simplemente no sabían nadar.
Johnny Weissmüller llegó a ganar 11 medallas olímpicas en pruebas de natación; viendo sus películas se puede apreciar que nadaba con la cabeza fuera del agua y los brazos en ángulo casi recto. Hoy le ganaría cualquier niño de 10 años, pero gracias a la fama adquirida firmó un jugoso contrato con la Paramount para interpretar al más famoso Tarzán de la historia; a la gente no le impresionaban sus saltos con las lianas o sus peleas con los cocodrilos sino cómo se mantenía sobre el agua.
Esther Williams, precursora de la natación sincronizada, fue una de las estrellas mimadas del Hollywood de los años 50, sus películas cursis y remilgadas basadas en una coreografía con figuras geométricas dentro de una piscina y que hoy causarían rubor al equipo español de natación sincronizada, llenaban los cines de medio mundo para ver a la estrella sonreír dentro del agua. Ambos, Tarzán y La hija de Neptuno, fueron pésimos actores pero sus películas eran las más taquilleras y gozaban de la admiración de todos. ¿Qué les diferenciaba de los demás? Que sabían nadar.
Las piscinas de las mansiones de Beverly Hills de los años 30, eran una cursilada rococó con formas de pera, manzana o corazón para satisfacer los caprichos de las estrellas, pero ninguna tenia trampolín por la sencilla razón de que la altura máxima a la que llegaba el agua era de 1.25m ¿hace falta explicar por qué?
Puedes mostrarme tu desacuerdo, pero, para una vez que hablo con algo de cordura, digo yo, que también podías darme la razón.
Estoy convencido de que hasta las primeras décadas del siglo XX la gente no sabía nadar. Cuanto digo puede parecer una perogrullada sobre todo porque hasta ahora nadie se había "mojado" para defender esta idea. Ya sé que vamos hacía el verano, el calor afecta a las neuronas y la edad no perdona, pero… ahora en serio, repasemos un poco la historia.
Los libros de aventuras sobre los rudos hombres de la mar, nos hablan profusamente sobre la intrepidez de unos hombres que sabían cuando embarcaban pero carecían de la más mínima certeza sobre su regreso. Pero lo que no nos cuenta ninguno de los escritores -Salgari, Defoe, Conrad, Melville etc.- es que los editores les hacían ocultar la verdad: que estos hombres no sabían nadar.
En Barcelona, anclada en el puerto, se podía –¿Seguirá allí?- visitar una réplica, no sé muy bien si de la nao Santa María o de una de las carabelas de Colón. Convendréis conmigo en que eran auténticos cascarones de nuez. Pues bien, en ese primer viaje y en otros muchos que realizó el almirante, perdió docenas de hombres y no solo por las batallas contra los aborígenes, que, hasta que no empezamos a expoliarlos era absolutamente amigables, sino por los accidentes de navegación que provocaba el famoso grito de ¡hombre al agua! y que en la mayoría de los casos significaba hombre ahogado. ¿Cómo es posible que no se salvaran lanzando un cabo desde un cascarón de nuez? No daba tiempo, se ahogaban.
En el siglo XIX, durante la conquista del oeste americano, murieron más colonos ahogados en las caravanas al cruzar los ríos que a tiros entre ellos o por las batallas libradas contra los indios. Una vez más, el cine nos engaña, pero la estadística y la historia lo dejan muy claro. Solo que el contarlo no tiene mucho valor, son muertes carentes de épica; se diluye la epopeya.
El rey Alfonso XII y posteriormente su hijo Alfonso XIII tenían por costumbre pasar sus vacaciones estivales en Santander. A principios del pasado siglo, los baños de ola en la playa del Sardinero popularizada por los reyes, adquirieron tal notoriedad, que hoy no es difícil encontrar en la capital de Cantabria y en alguno de sus pueblos, documentos gráficos que lo acrediten. Pues bien, la gente que tomaba los baños de ola tan beneficiosos para la salud y la reúma según relatos de la época ¡se ataba con una soga! ¿Por qué? es muy fácil, en agosto, en Santander, te puede arrastra alguna santanderina pero las olas desde luego que no; simplemente no sabían nadar.
Johnny Weissmüller llegó a ganar 11 medallas olímpicas en pruebas de natación; viendo sus películas se puede apreciar que nadaba con la cabeza fuera del agua y los brazos en ángulo casi recto. Hoy le ganaría cualquier niño de 10 años, pero gracias a la fama adquirida firmó un jugoso contrato con la Paramount para interpretar al más famoso Tarzán de la historia; a la gente no le impresionaban sus saltos con las lianas o sus peleas con los cocodrilos sino cómo se mantenía sobre el agua.
Esther Williams, precursora de la natación sincronizada, fue una de las estrellas mimadas del Hollywood de los años 50, sus películas cursis y remilgadas basadas en una coreografía con figuras geométricas dentro de una piscina y que hoy causarían rubor al equipo español de natación sincronizada, llenaban los cines de medio mundo para ver a la estrella sonreír dentro del agua. Ambos, Tarzán y La hija de Neptuno, fueron pésimos actores pero sus películas eran las más taquilleras y gozaban de la admiración de todos. ¿Qué les diferenciaba de los demás? Que sabían nadar.
Las piscinas de las mansiones de Beverly Hills de los años 30, eran una cursilada rococó con formas de pera, manzana o corazón para satisfacer los caprichos de las estrellas, pero ninguna tenia trampolín por la sencilla razón de que la altura máxima a la que llegaba el agua era de 1.25m ¿hace falta explicar por qué?
Puedes mostrarme tu desacuerdo, pero, para una vez que hablo con algo de cordura, digo yo, que también podías darme la razón.
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