Doce hombres sin piedad

"Tengo una orden de registro", "Me acogeré a la quinta enmienda", "Tiene derecho a guardar silencio", "Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra", "Mi cliente...", Son frases que hemos escuchado en infinidad de ocasiones en las películas sobre juicios. Aquí si, aquí los americanos se llevan la palma, han hecho grandes películas sobre el tema hasta convertirlo en un género.

Atticus Finch siempre será el mejor abogado que ha dado el género por su integridad y por los valores morales que defendía en "Matar a un ruiseñor". Sin embargo, hemos visto a grandes actores lucirse como abogados defensores o como fiscales y, en menor medida, como miembros del jurado, salvo en un peliculón que supuso el debut cinematográfico de Sidney Lumet: "Doce hombres sin piedad". Un retrato sociológico sobre la América profunda de los años cincuenta, donde un Henry Fonda absolutamente genial consigue que afloren los miedos, los prejuicios, las mezquindades de once hombres sin alma y aprendan el auténtico sentido de eso que llamamos "razón".

Esto es cine, cine, sin efectos especiales, sin escenarios impactantes y sin historias fantásticas. Una cámara, una habitación, un gran guión, una gran dirección y doce grandes actores al servicio del mejor intérprete: la palabra.

Uno de los mejores dramas judiciales de la historia del cine que ningún aficionado debería perderse. Una auténtica obra maestra.

En 1973 Pérez Puig realizó una versión para TVE en el prestigioso Estudio 1 que no desmerece en absoluto al original. Sería injusto no rendir homenaje a un reparto de lujo que no me resisto a nombrar:
Jesús Puente, Pedro Osinaga, José Bódalo, Luis Prendes, Manuel Alexandre, Antonio Casal, Sancho Gracia, José Mª Rodero, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Fernando Delgado y Rafael Alonso. Ahí es nada. Todas las primeras figuras de la escena española del momento.

A todos ellos, presentes o ausentes, mi agradecimiento por los buenos momentos que pasé admirando su buen hacer.