Durante mi particular periodo de entreguerras –perdón, de entrematrimonios- viví dieciocho años en un sinfín de apartamentos (en no menos de quince) en los que iba dejando docenas de recuerdos afectivos junto con cosas materiales. Mi hijo me ayudó al menos en doce ocasiones a realizar las mudanzas en las que siempre me acompañaban mis libros. Muchos se quedaron por el camino, pero hubo uno, solo uno, que me acompañó siempre y aún sigue conmigo desde que tenía dieciséis años, se trata de Las Obras Escogidas de Knut Hamsun, editado por Aguilar en 1962. El volumen incluye seis obras de las que yo me quedo con tres: Hambre, la primera que publicó lanzando su nombre a la fama de un modo sensacional, Victoria, una historia de amor de juventud que fluye de una manera exquisita y, sobre todo, Pan, quizá uno de los mejores exponentes del hombre en su relación con la naturaleza y otra gran historia de amor. Esta obra, una de las que tengo en la mesita de noche junto a otros libros de cabecera, tiene los lomos de plástico verdes y las hojas son tan finas que es una delicia el pasarlas mientras te embebes con esa manera de juntar palabras que es patrimonio de los grandes.
Cuando Hitler invadió Noruega, Knut Hamsun era ya un octogenario que amaba la naturaleza y odiaba la ciudad. Qué es lo que lleva a un hombre tan culto como él a abrazar la ideología nazi, que nunca reflejó en sus obras, es algo difícil de explicar. No es extraño que en su país no tenga ni una calle ni una plaza con su nombre; es difícil disociar vida y obra pero su calidad como escritor no admite dudas.
Pasear por la feria del libro se convierte en uno de los mejores días del año para mi, siempre me siento atraído por algún libro que compro, aunque sé que no lo voy a leer, pero si no, no sería yo.
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