La Iglesia, esa corporación –me resisto a
llamarla institución- intrínsecamente perversa cuyo reino no es de este mundo,
pero los once mil millones que nos cuesta sí, sigue impertérrita en su púlpito donde
todo lo humano le es ajeno. Cuando todo hace aguas, cuando la sociedad se
resquebraja, cuando la fractura social deja a tantos españoles en la
indigencia, ella sigue pidiendo e imponiendo con una hipocresía y mala fe
inagotables. La Iglesia católica, apostólica y romana, en su versión española, no
aparece en ninguna manifestación contra los recortes, ni contra los desahucios,
ni contra la dictadura financiera que nos gobierna. La Iglesia se está aprovechando
de la idiocia del pueblo, que parece aguantar todo y que no se rebela, como
sería lógico, contra un Gobierno títere no muy diferente del anterior.
Sólo parecen preocuparle dos temas
sociales: el aborto, algo incoherente puesto que practican el celibato y por
tanto no procrean, y los matrimonios homosexuales, otra incoherencia más de los
“defensores de la familia” puesto que, con independencia de sus inclinaciones
sexuales, son dos personas que se unen y crean un núcleo familiar. También es
una organización sexista, donde las religiosas no tienen derecho a opinión ni
participación y solo juegan un papel subordinado en sus estructuras
organizativas sin lugar en el organigrama eclesiástico; están limitadas al
sector servicios como en la atención a enfermos o al cuidado de ancianos como
los dos Papas que tenemos, siempre rodeados de monjitas. No cuenta que la mujer
en su vertiente religiosa haya proporcionado a la civilización mentes tan
lúcidas como Hildegarda de Bingen, Sor Juana Inés de la Cruz o Teresa de Ávila.
En toda nuestra historia sólo ha surgido
un hombre que se atreviera a poner coto a los desmanes de la Iglesia
desamortizando parte de sus bienes, fue en el siglo XIX y se llamaba Mendizábal;
las arcas del Estado estaban depauperadas –como ahora- y se hacía necesario
tomar soluciones drásticas. La historia no salió del todo bien pero habría que
ir pensando en volver de nuevo a planteárselo. Quizá sea un buen momento para
reeditar a un nuevo Mendizábal que ponga
al Lobby religioso en su sitio y devuelva al pueblo lo que le pertenece. O ¿acaso
es normal la apropiación de inmuebles por la vía de la inmatriculación que está
llevando a cabo la Iglesia apoyándose en una ley franquista de 1944 por la que
se puede apropiar de fincas y bienes inmuebles que no estén escriturados? Según
Enrique Ruiz del Rosal de Europa Laica (…) basta
con que el obispo de turno “de fe” de que el bien en cuestión es suyo, para que
pueda inscribirlo por primera vez (inmatricularlo) en el registro, sin
necesidad de que intervenga ningún poder público ni notario y sin ninguna publicidad
ni información pública.
Siento repugnancia al oír hablar del “derecho
a la vida” y de la “libertad de enseñanza” a los mayores representantes del
oscurantismo, a los que siempre
consideraron el libre-pensamiento como un pecado a extinguir. Siento
repugnancia hacía el Obispo de Córdoba que dice que Herodes existe y que las
feministas destruyen las familias, o hacía Rouco, que llama la atención a Rajoy
y no precisamente por su política económica.
En momentos como los actuales en los que crece
la osadía clerical el anticlericalismo
es una forma de higiene mental, una manifestación de cordura.
¡Vuelve Mendizábal!
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