En las postrimerías de la Guerra Civil
estadounidense que ellos llaman guerra de secesión y con los puertos del sur
bloqueados por la Armada de la Unión, los stocks de productos manufacturados
abarrotaban los puertos del norte, Inglaterra necesitaba el algodón, era el
capitalismo incipiente y la salida de tanta mercancía requería soluciones drásticas;
nada mejor que abolir la esclavitud y asalariar además a cuatro millones de
negros para tener un mercado más amplio. Esto no lo dice Spielberg en su
versión de Lincoln sino Marx que llegó a cartearse con Lincoln y conocía muy
bien el funcionamiento del capital, no en vano lo había dejado muy claro en su
obra maestra El Capital. La abolición de la esclavitud sin indemnización en los
EE.UU. constituyó la mayor expropiación de propiedad privada capitalista hasta
la revolución rusa de 1917. La historia, que se presenta a veces con episodios de grandes
gestas y proezas con glorificación del honor, cuando se ahonda en ella,
suele perder la pátina de romanticismo y se ajusta más a los claroscuros.
A Spielberg se le nota demasiado su
preocupación por reflejar los debates sobre la Decimotercera Enmienda para la
abolición de la esclavitud como si fuera una deuda contraída y se olvida de su profesión
de cineasta obligado a buscar los lados más cinematográficos del personaje como
pudo ser el asesinato del presidente. Lincoln es una película desigual, un
Spielberg malo por así decirlo donde sólo se salvan los actores. Daniel Lew-Lewis,
uno de los mejores actores de todos los tiempos si exceptuamos su histrionismo
en Gangs of New York, compone -es un actor de método- un Lincoln
contenido ya en los últimos momentos de su vida, de voz debil, discurso
brillante, y amigo de contar anecdotas; es posible que se lleve el Oscar; a mí,
me dejó frio. Sally Field es una gran Molly Lincoln y Tommy Lee Jones está
sobrio como de costumbre; es uno de esos actores de la escuela natural que, como
Gene Hackman, llena la pantalla con su sola presencia.
He crecido con las comparaciones y, aunque el
tópico diga que son odiosas, yo, moriré con ellas; así que me quedaré siempre
con el Lincoln de Ford y la interpretación de Fonda .Ford enseñó a hacer cine,
a contar historias y a filmarlas con gran brillantez, no todos aprenden aunque Spielberg sea uno de sus mejores alumnos.
A los amantes de la radio, el PP nos ha
dejado huérfanos. RNE ha bajado sus niveles de audiencia de un modo
espectacular, todo por mor de la ideología; este partido no admite la
pluralidad informativa, desdeña a los profesionales que aportaban cultura, saber,
conocimiento. Así, se ha cargado a Juan Ramón Lucas que dirigía intachablemente
las mañanas de la emisora pública, a Javier Gallego y Carne Cruda que
no dejaba títere con cabeza en su defensa de la justicia y la libertad, a Toni
Garrido que había conseguido unos niveles de audiencia jamás soñados en la
franja horaria de 16 a 19 horas y a muchos más, entre ellos a su director
Alberto Oliart ¿Alguien puede decir seriamente que Alberto Oliart es de
izquierdas? Claro que no, sólo dirigía una emisora que atendía a la pluralidad
y multiculturalidad del país, hacía que RNE funcionara como una emisora digna a
la altura de la BBC, algo que jamás se había logrado.
En las mañanas tenemos que aguantar a un
pusilánime pepero tan soso como Manolo HH; a las 14 horas a un locutor que dice
tortilia en vez de tortilla, y las 16 horas a Yolanda Flores -¿de qué se ríe
esta mujer?- gran entendida en cine pero que desafortunadamente ha llegado al
principio de Peter en el programa que le han asignado.
Sólo se salva Pepa Fernández los fines de
semana, El ojo crítico, magnífico programa de 19 a 20 horas y Documentos
RNE, que se emite los sábados de 15h a 16h. Sin duda estoy siendo injusto
y se salvan muchos más, RNE siempre ha tenido un grupo de profesionales
competentes y sigue habiéndolo en radio 3 y radio 5, pero yo hablo de la uno.
Documentos RNE está dirigido por Juan Carlos Soriano y desde que se
creó en 1999 (entonces se llamaba 'Fin de siglo'), indaga en los
personajes y acontecimientos que, desde diversos ámbitos, han marcado nuestra
más reciente historia. Su formato documental cuida al máximo tres elementos
básicos de la radio: el guion, la realización y la locución. El rigor histórico
lo aportan cada semana los más destacados especialistas en cada tema. La
singularidad de este espacio ha sido reconocida con importantes premios como el
Ondas, el de Reporterismo de la Academia de la Radio de España; el Andalucía
que concede el gobierno de esa Comunidad; el 28 de Febrero del Parlamento
Andaluz; el del Club Internacional de Prensa y el Francisco Cossío, otorgado
por la Junta de Castilla y León.
Modesta Cruz ha sido directora de El ojo
crítico y ahora también presenta Marcapáginas,
espacio de Radio 5 dedicado
a los libros, Modesta es la locutora de Documentos
RNE. Su voz puede transmitir alegría o tragedia sin que pierda un ápice de
interés cuanto nos cuenta y hace más creíble un programa muy bien documentado. Si
no conocéis el programa es fácil hacerlo ahora gracias a los podcasts.
Documentos RNE es cultura, conocimiento, información y además es
terriblemente ameno en gran parte gracias a ésta grandísima profesional a la
que rindo homenaje y toda mi admiración.
Te deseo que sigas mucho tiempo con nosotros
Modesta.
Lejos de Tokio, más allá de las montañas y los ríos, se haya el País de nieve, un lugar al noroeste de Japón donde nieva más que en ningún otro sitio del mundo. Allí, en una
estación termal para el turismo de invierno sitúa su relato el Nobel Yasurami
Kawabata.
Shimamura, un rico comerciante de Tokio regresa
al País de nieve atraído por la belleza de la estación y el tradicional estilo
de vida. Pero vuelve especialmente por Komako, una joven aprendiz de geisha que
conoció en un viaje anterior. Komako es una bella mujer vulnerable a sus
propias emociones que madura ante los ojos de su amante. El amor apasionado que
Shimamura despierta en Komako le plantea un dilema: incapaz de corresponderlo,
pero a la vez fascinado por su intensidad, optará por repetir y prolongar su
estancia en las termas aprovechando la distancia perfecta que le ofrece la
relación huésped-geisha. Un tercer personaje, la misteriosa Yoko, teje su
destino al de la pareja, con el blanco de la nieve como trasfondo y presencia
continua. En
este espacio mágico, uno tiene la sensación de haber tenido un encuentro con la
belleza, que se nos escapa sin haberla podido poseer en su totalidad, como
sucede en los delicados y poéticos haikus, que brevemente dejan asomar una
simple intuición de la poesía más sutil. La novela tiene un cierto tono melancólico
proporcionado por esa especie de realismo mágico que destila el talento del
escritor que se suicidó a los 72 años.
Kawabata, conocedor de la psicología femenina, juega con la imaginación del lector sin ser demasiado descriptivo. Esta economía de medios concede una elegante sobriedad a la narración, que dota de sentido los actos más mínimos e intrascendentes. Sólo los escritores realmente grandes pueden permitirse el lujo de decir mucho con tan poco.
Leer la novela durante el trayecto Santander-Madrid en tren ayuda al goce intelectual. Al pasar por Alar del Rey a primera hora de la mañana, un fino manto de nieve cubre sus calles aún sin ensuciar; las tierras palentinas son un paisaje ideal para disfrutar País de nieve, tan llena de sensibilidad.