Parece extraño que una película muda y en blanco y negro se haya llevado el Globo de Oro en la gala del 2012, pero después de ver The artist, tampoco sería extraño que le dieran el Oscar a la mejor película. Su director Hazanavicius, un francés con apellido de pívot de la antigua Yugoslavia, no había hecho nada relevante en el cine, aparte de las parodias sin gracia alguna de James Bond más cercanas a las gansadas de Austin Powers; pero el cine, arte supremo del siglo XX, te da sorpresas tan agradables como este film que ya lleva más de doce premios.
The artist es una carta de amor al cine de la época muda en su transición al sonoro. En el cine de finales de los 20 y principios de los 30, era muy habitual contar esa historia que ya conocemos todos de chico-conoce-chica. La conocemos todos porque el cine la sigue contando, pero el talento narrativo sólo está al alcance de unos pocos como ha sido el caso de Hazanavicius. Tiene mucho mérito que en pleno siglo XXI con las prisas y la idiotez en la que estamos instalados, y donde las gafas del 3-D suponen un valor para asistir a una proyección cinematográfica, haya triunfado una apuesta de estas características.
Jean Dujardin es un actor Frances que hasta ahora no había hecho nada notable pero que está extraordinario en el papel de George Valentín, una reencarnación de Valentino pero también de Gene Kelly y su sonrisa en "Cantando bajo la lluvia" o de Douglas Fairbanks haciendo de espadachín.
The artist está tan conseguida que no quieres que se acabe. Quieres seguir viendo las monerías del perrito y los movimientos de una deliciosa Bérénice Bejo hasta el remate final con una reedición de Ginger Roger y Fred Astaire bailando claqué, entonces no te importa la falta del sonido, las imágenes son lo suficientemente poderosas como para dejarte enganchado. En el cine, como en la vida misma, es más importante saber mirar que conformarse con ver. Como es más importante saber escuchar que conformarse con oir, verbos que convendría no confundir. Aunque en el mundo que vivimos, no parece que esto tenga mucha importancia.
Lo mejor: innumerables momentos de gran belleza cinematográfica como la angustia que la llegada del sonoro le provoca al protagonista, representada en el perturbador sonido de un vaso, una escena soberbia de cine-cine.