El día 17 de agosto, víspera de la llegada del Papa, asistí a la manifestación autorizada que convocaba Europa Laica con el lema "De mis impuestos, al Papa cero". A pesar del gran número de asistentes ¿20.000?, el recorrido iba a transcurrir por calles angostas como Carretas, Dr. Cortezo y calle de La Cruz. Todo transcurría normalmente hasta nuestra llegada a La Puerta del Sol bajando por la calle de Carretas; allí, las juventudes del JMJ, no sabemos si convocadas por alguien o motu propio, decidieron que no nos dejarían avanzar y nos tuvieron más de una hora parados soltándonos todo tipo de improperios. A mis amigos Chitina, Alberto, Pulgar y a mí, nos pilló el tema a la altura del antiguo cine Carretas y no podíamos comprender tanta intolerancia. La policía no hacia nada para frenarlos pero entre banderas vaticanas, otras de otros países y alguna del régimen franquista los crucifijos no dejaban de aflorar amenazadoramente; trato de ponerme en la piel de alguno de ellos y pienso que quizá nos veían como a la niña de la película El exorcista y pretendían sacarnos el demonio del cuerpo; no logré ver a ningún padre Karras pero si a una Sor Citroen que me miraba como si yo fuese el mismísimo Lucifer. La policía tenía la obligación de dejar libre todo el recorrido y aquello no debió de haber sucedido nunca; por fortuna las cosas no pasaron a mayores y no porque Dios no quiso sino porque el movimiento laico es absolutamente pacífico. Para nosotros no había ningún casus belli. Entre los agnósticos no crecen Breivik como el ultracristiano asesino de Oslo. No tenemos ningún Dios por quien matar. Nosotros pensamos no dogmatizamos. Somos personas no pastores y rebaño como dice La Biblia. No creemos que nadie sea infalible, empezando por el Papa. Solo pretendíamos mostrar nuestra protesta en una manifestación autorizada y nos cortaron el recorrido con el consentimiento de la policía.
No será porque no han tenido espacio para rezar en todo Madrid.