"Santander, eres novia del mar", cantaba el mallorquín Bonet de San Pedro allá por los años 50 del pasado siglo. Coqueta, hermosa y decadente, no es difícil imaginar a Lilí Álvarez en el Club de Tenis, a Emil Zatopek corriendo por las pistas de atletismo de Los campos de Sport del Sardinero o a Dirk Bogarde destiñéndose fascinado ante la belleza del joven Tazdio en una de sus playas como en la película de Visconti Muerte en Venecia. Santander, en suma, suspira nostalgia y vuelve su mirada al pasado a veces con excesiva frecuencia.
Como preludio de las fiestas de Santiago y Santa Ana conmemoran desde hace unos diez años Los Baños de Ola, una gozada retro, romántica, art decó, con mucho glamour y muy "comilfó", no sé porque extraña razón los franceses dicen com´il faut, la verdad, siempre han sido gente rara. El caso es que hace ciento cincuenta años más o menos la prensa de Madrid "descubrió" que el agua del Cantábrico era, en época estival, no solo beneficiosa para la salud sino también terapéutica y ahí tienes a los santanderinos rememorando las visitas de Alfonso XII, Alfonso XIII, consortes, príncipes, princesas, infantas y "la mer que te per" con sus séquitos respectivos como hace muchos años. La playa del Sardinero desempolva sus recuerdos y se viste de gala; canotiers, mallas hasta los tobillos, miriñaques, pamelas etc., todo para recordar la Belle Epoque.
A veces encuentras gente tan "pija" que si va al Bar del Puerto no pide gambas con gabardina sino "una de Burberry", pero, todo esto es mera anécdota y lo mejor siempre es quedarse con lo bueno, por ejemplo, como suele suceder en gran parte del norte de nuestro país, la gastronomía juega un papel importante y más aún en fiestas. Por dos euros y medio te puedes tomar un vino o una cerveza y un pincho espectacular y te das un verdadero festín gastronómico en las casetas de la feria que compiten por ofrecer el mejor pincho, y al que te invitan a votar. Lo dicho, una gozada.